Agricultura Orgánica y Fungicidas Cúpricos en Europa
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) y la Agencia Europea de Sustancias y Preparados Químicos (ECHA), han señalado la toxicidad de los fungicidas cúpricos para los trabajadores rurales y el ambiente. Por otro lado, al tener que aplicarse en dosis más elevadas y mayor número de veces que los fungicidas de síntesis debido a
su menor eficiencia y baja acción residual, tienen mayor coeficiente de riesgo ecotoxicológico que muchos plaguicidas convencionales o de síntesis. Situación similar le cabe a los fungicidas cuyo principio activo es el azufre.
En 12 estados miembros de la Unión Europea (UE) están registrados para su uso 12 fungicidas orgánicos -aunque no todos en cada uno de ellos-, correspondiendo a los cúpricos (Cu) y al azufre (S) el 47 y 37% de los productos comerciales respectivamente, lo que es un claro índice de su amplio uso en agricultura orgánica (AO). Reafirmando esta aseveración, en el Informe de Residuos de Plaguicidas en productos agrícolas orgánicos del año 2013 (EFSA, 2015), consta que entre los plaguicidas detectados con mayor frecuencia (41/134), el Cu fue el más frecuente. La mayoría no son autorizados en AO, atribuyendo su presencia a diferentes causas entre las cuales se cita su uso indebido. Por otra parte, clorados como DDT y HCB que también fueron detectados, son clasificados como contaminantes por su prolongada persistencia en el suelo. O sea que en AO en la UE, se siembra en suelos contaminados con clorados.
Una novela que ya cumplió las bodas de plata
La Regulación Nº 2092/91 de la entonces Comunidad Económica Europea (EEC), establecía que los fungicidas cúpricos en AO debían prohibirse a partir de marzo de 2002. No obstante, debido al riesgo de enfermedades en varios cultivos importantes y la falta de alternativas eficientes, se diagramó una disminución paulatina de las dosis de fungicidas
cúpricos; así, en cultivos anuales se estableció un máximo de 8 kg/ha/año hasta diciembre de 2005, y en perennes de 38 kg/ha/año hasta diciembre de 2006. En otras palabras, se fijó un plazo de 15 años para empezar a disminuir gradualmente el uso del Cu. Cabe preguntarse, en esos 15 años, los fungicidas cúpricos, ¿fueron o no tóxicos al trabajador y al ambiente cuando usados en AO?.
Ya en este siglo, se llevaron a cabo varios proyectos que involucraron a investigadores de organismos científicos de relevancia, a fin de generar estrategias para reemplazar a los fungicidas cúpricos. Entre estos proyectos se destacan “Blight MOP” (2001-2005; €: 6 millones), para controlar el tizón tardío de la papa (Phytophthora infestans); “REPCO” (2003-2007; €: 3,7 millones), para controlar el mildiú de la vid (Plasmopara viticola) y sarna
de la manzana (Venturia inaequalis) y “CO-FREE.EU” (2012-2016; €: 4 millones), para controlar esas mismas enfermedades.
Pero el tiempo siguió su marcha, y no aparecieron alternativas eficientes para su implementación por el productor, por lo que en la parte A del Anexo del Reglamento de Ejecución (UE) Nº 540/2011, se decidió prorrogar nuevamente el uso de los fungicidas cúpricos, esta vez hasta el 31 de enero de 2018. Ya a fines del 2017 y a más de 25 años
de aquella primera Resolución, el Comité Permanente de Plantas, Animales, Alimentos y Piensos (SCOAFF) de la UE, levantó otra vez bandera blanca ante la naturaleza y prorrogó por un año más el uso de fungicidas cúpricos. En síntesis, prorrogaron una vez más el uso de compuestos tóxicos al hombre y al ambiente; lo que al menos es controversial con los principios de la AO.
¿Será suficiente la prórroga de un año?
Recientemente (16/01/2018), la Delegación para la Experiencia Científica Colectiva, Prospectiva y Estudios Avanzados (DEPE) del INRA (French National Institute for Agricultural Research), convocó a un panel de expertos de distintas organizaciones que revisaron exhaustivamente 900 trabajos, con el objetivo de elaborar un informe sobre las estrategias disponibles para reducir el uso del Cu. Entre las conclusiones destacan que es necesario combinar distintas estrategias para lograr una protección eficiente; pero que ello requiere de un rediseño de los sistemas de cultivo y su validación experimental. Además, señalan la falta de conocimiento sobre la capacidad de los productores para adoptar esas nuevas estrategias y cubrir los costos involucrados (incluyendo la capacitación y
organización del trabajo). También se necesitaría de un estudio adicional sobre la capacidad (financiera y estratégica) de las compañías de suministros agrícolas para desarrollar y luego vender las innovaciones que pueden reemplazar al cobre.
En síntesis, más presupuesto y más tiempo, a lo que habría que agregar las diferentes estructuras productivas, desarrollo tecnológico y servicios de transferencia, en cada uno de los estados miembros de la UE; que casualmente fueron las limitantes más importantes para implementar el Manejo Integrado de Plagas en la UE -obligatorio a partir de 2014-, y que llevaron al replanteo de ese programa en 2016.
Reitero la pregunta, ¿será suficiente la prórroga de un año?.
Ya hace más de un siglo
A fines del Silgo XIX Alexis Millardet (botánico, Facultad de Ciencias, Universidad de Burdeos) recorrió el camino inverso para encontrar una solución al problema del mildiu de la vid. Caminando entre viñedos observó que las hileras de vid espolvoreadas con sulfato de Cu por los dueños del Château Ducru-Beaucaillou para desalentar a los ladrones de uva, no estaban enfermas.
Caminar entre los cultivos donde está el problema, observar a la naturaleza y escuchar a los productores, suele ser una valiosa herramienta para contribuir a una solución. Millardet sabía observar y sabía escuchar, y junto a Ulysse Gayón (bioquímico, Facultad de Ciencias), desarrollaron el caldo bordelés entre 1883 y 1885. No les hizo falta ningún proyecto para convencer a los productores sobre como “curar” sus vides con “la bouillie bordelaise”.
El pueblo reconoció su trabajo honrándolos en monumentos y calles.
Guillermo J. March, 2018.